Provocaciones: el carrito de Rasti para cartoneros infantiles, el pegamento para volar de otro modo, la cama-volquete y en tapa, la pistola-limpiador de parabrisas.
El colapso de diciembre del 2001 fue el disparador para que el diseñador industrial Darío Papagno, junto a sus amigos y colegas Alan Neumarkt, Alfonso Lasala, Gabriel Barsotti y Franco Franceschini, invitaran a la reflexión sobre distintas problemáticas –miseria, violencia, salud, educación– a través de su campo de acción, los objetos. Elecciones personales y laborales hicieron que representara al grupo en distintos puntos del mundo donde llevó la muestra, como la Casa de las Américas en Madrid, Forum de Barcelona y el encuentro Berlín-Buenos Aires en Berlín. Vivió en Valencia, trabajó para el Instituto Europeo de Design dictando workshops como Diseño en crisis y Autogestión y Tiempo, Causa y Efecto, y así pudo seguir ahondando en distintas problemáticas sociales como las relacionadas a cuestiones de género o a las personas sin techo.
Experiencias que según cuenta lo enriquecieron, pero sobre todo, lo ayudaron a seguir replanteándose la disciplina del diseño desde un pensamiento crítico. Hoy, que su preocupación siguen siendo los excluidos, la meta de su trabajo pasa por evidenciar a través de una serie de productos situaciones de injusticia, vulnerabilidad y desamparo que diariamente miramos sin ver. Sin Visa es su nueva muestra individual en formato digital que intenta materializar en breve a través de prototipos, que si siguen la suerte de la anterior, dará cuenta de miserias propias y ajenas en distintos puntos del planeta.
“Historias a través de objetos. De humanidades y consumos. De ser o de parecer. De confundir lo habitual con lo normal. De bombardeos a todo volumen, de atractivos falsos. De indiferentes, anestesiados y conmovidos. El sufrimiento menos doloroso cuando es ajeno y a la distancia. Peripecias de predadores y de perdedores. Los que pasaron a ser parte del urbanismo, del paisaje y de nuestra identidad, con los que convivimos sin querer ver. La aceptación de que estamos hechos de muchas partes. De más perdedores que ganadores. Hay también un diseño para ellos. Diseño para desangelados, un diseño sin la bendición, con más cruces que Cristos. Un diseño de los que quieren y no pueden, los que no se contentan con los restos ni las sobras, los que también buscan la cebolla que haga reír, los que no cuentan la historia pero que también la escriben. Con torniquetes en las hemorragias, con moretones en el alma y lágrimas secas de tanto esperar”, introduce Papagno a modo de manifesto de su nueva muestra.
Y continúa: “Un diseño de y para los olvidados, los relegados, los ignorados. El lado B, los de debajo de la alfombra, los desheredados, los del otro lado. Un diseño que no se escucha, pero que se ve, que se siente y que duele, porque no miente, porque es de verdad, porque nos desnuda, porque nos quita el velo, porque también somos parte de él. Un diseño sin legalizar. Un diseño no oficial. Un diseño sin visa”, remata.
Productos para pensar
Seis piezas delatan crudas realidades con las que convivimos y que gritan, nos interpelan, desde imágenes contundentes. La mayoría tienen que ver con la niñez y por eso desgarran. El primero es un sube y baja que rompe el principio fundamental del equilibrio a través del signo de desigualdad. Le sigue un carrito de cartoneros hechos con rasti. Y acá la metáfora duele más. Papagno se pregunta con qué juegan los chicos que buscan cartones. Aunque también vale preguntarse por el escenario, el paisaje cotidiano en el que ¿juegan? ¿Pueden hacerlo? Y ahí, vale el interrogante: si es cierto que el futuro ya se cuece en la niñez, ¿qué destino tendrán estos chicos?
“Mucha gente me dijo que lo que muestro es muy cruel. Yo me pregunto: ¿cruel es el diseño o la realidad?”, explica Papagno. También pensando en la niñez, ideó un kit para volar donde el pegamento es el cuerpo del avión. Le sigue un limpiavidrios cuyo mango tiene forma de revólver y permite almacenar monedas en la cartuchera. Y acá de nuevo propone un doble juego: “Si tratamos de chorros a los chicos que piden en los semáforos, legalicémoslo. Hagámonos cargo. Además es loco, no nos damos cuenta de que están ahí pidiendo en vez de afanando”, desafía. Camas de hospital con forma de contenedores de desechos en obvia alusión a la situación de precariedad que viven muchos enfermos en un país que no invierte en salud y un bicicletero, completan la apuesta.
–¿Vivió en carne propia el Sin Visa?
–La verdad, mentiría si dijera que sí. Yo fui muy privilegiado estando en Europa. Tengo pasaporte comunitario y enseguida hice amigos. Sin Visa es más un juego de palabras sobre cómo quedamos los argentinos después de la crisis, nosotros que nos creíamos lo que nos creíamos. En principio, me interesó tomar la niñez. Si diseño es futuro, me interesa pensar cuál es el destino de estas nuevas generaciones que juntan cartones, aspiran pegamento y no tienen derecho a la salud.
–¿A qué aspira con este trabajo?
–La crítica pasa por querer estar mejor. Por ahí suena muy idealista, pero es así. Por otra parte, Sin Visa también son objetos que no se pueden comprar con la tarjeta Visa. Situaciones que se dan pero no queremos ver. La meta es legalizar el discurso, sacarnos la careta para así poder revertirlas y curarnos de a poco. La pregunta es fundamental. Es el motor de la vida, lo que te hace avanzar, ver, buscar. El diseñador gráfico Manuel Estrada dice que el diseñador que no aplica su pensamiento es un mero estilista. Coincido con esto.
–¿Por qué elige el diseño crítico como camino?
–Trabajo como diseñador y éste es mi soporte para decir algunas cosas. Supongo que será parte de una naturaleza que se ha ido propagando y usurpó progresivamente otros terrenos en la construcción de mis pensamientos. Si miro cómo llegué hasta acá, creo que se ha dado de un modo natural. Como parte de una curiosidad que nunca he podido, ni he querido, parar. Luego se prolongó y se dirigió hacia el pensamiento crítico, hacia revisar lo que está impuesto, y a todo su discurso hegemónico. Supongo que habrán sido también intenciones por buscar otro camino, por no convencerme el que existe. Creo que el diseño crítico –si es que se lo puede llamar de ese modo– podría ser algo así como una arqueología moderna que representa nuestra identidad y forma parte de nuestro patrimonio cultural estratégico. Donde podemos observarnos y reinterpretar a través de estos objetos, nuestras realidades, nuestras conductas y comportamientos, vistos desde una perspectiva del diseño. En este medio del design con tanta presunción, donde aflora el ego, la mezquindad y la frivolidad, plantear este debate entre la ética y la estética es algo necesario e impostergable. Me interesa ser parte de ese cuestionamiento. Pero que no se malinterprete. Me encanta la belleza, pero creo que un diseñador sin opinión y sin cuestionamientos puede ser un buen estilista y hacer un buen uso del binomio forma-función, y su trabajo tendrá una densidad tan leve o tan profunda según sea la densidad de su pensamiento. Por otra parte, es imprescindible –mientras estemos como estamos– que nos replanteemos algunas cosas. Que sepamos observarnos, empatizar, y generar capacidad de autocrítica, a ver si alguna vez nos quitamos el velo. Es hora de evolucionar. Pero evolucionar de verdad.
–¿Vio los frutos puntuales de alguno de sus trabajos?
–Lo más interesante, creo, con Crisis fue el aprendizaje y el cambio que experimentamos nosotros mismos como diseñadores. Luego de la gente de distintos lugares que veía la muestra o las publicaciones que se han hecho en México, Alemania, España, hasta Lituania. Esta experiencia fue inolvidable. Conocí mucha gente que se contactaba y confesaba que les emocionaba el trabajo que habíamos hecho. De hecho, algunos jóvenes estudiantes que pensaban que el diseñador industrial sólo producía sillas, lámparas y mesas. Por suerte, hemos encontrado muchos nexos en común y mucha gente despierta. Nos sucedió en Berlín, México, Praga, Caracas, Bosnia, Bogotá o Río de Janeiro que se han identificado y elogiado el modo y también la consistencia de estos trabajos, donde se conjugaba una historia y la comunicación del objeto como complemento de su funcionalidad. Muchos de ellos profesores de universidades y también diseñadores consagrados y admirados por nosotros, como Manuel Estrada. Y luego ya la confirmación de no estar tan pifiados al ser invitados a exponer en distintos eventos y compartir mesas redondas con profesionales de la talla de Gillo Dorfles, Santiago Miranda, Daniel Giralt Miracle y Alberto Corazón.
–¿Qué cualidades tiene que tener un profesional del diseño?
–Curiosidad, paciencia, perseverancia, capacidad de reflexión, permitirse equivocarse aunque no sea rentable, poder de observación, saber lo que quiere y si no sabe lo que quiere, al menos saber qué es lo que no quiere. Ser valiente, solidario, asumir riesgos. Con todo lo que sucede a nuestro alrededor no nos podemos dar el lujo de ser ingenuos. Pero sobre todo y para resumir destacaría que hay que querer ser buena gente. Y además de ser todo lo anterior, hay que saber bancarse con el cuero lo que se piensa. Quizá tenemos tanto terror a arriesgar y perder nuestras tres cosas, que la cobardía nos termina por envolver.
–¿Tiene referentes?
–Con el tiempo he ido cambiando de faros. La mayoría de la gente que admiro está muy lejos de las presunciones del design star system. El año pasado he visto la exposición Design Day en París, que me pareció de lo mejor que he visto en mucho tiempo. Se destacaban las soluciones que aporta el diseño a zonas de conflictos. Todos proyectos resueltos con prácticamente nada de materiales. Contenedores que generaban agua a partir de principios de condensación. Otros, de Zimbabue, donde a partir de materias orgánicas en descomposición lograban aprovechar el gas que despedían esos residuos y los empleaban para cocinar o calentar. He visto cocinas resueltas a partir de retazos de telas de aluminio donde se concentra el calor envolviendo a las cacerolas en plásticos de nylon transparentes que luego se exponían al sol para emplearse en donde no llega el gas ni hay combustibles. Eso es lo que hoy yo entiendo por soluciones de diseño. Hay dos hermanos y arquitectos Pelli. Uno hace rascacielos por el mundo y el otro cloacas y redes de agua en Tucumán. A ver si todavía se sigue confundiendo que diseño industrial es sólo hacer sillas y lámparas para exponerlas en las vidrieras de Palermo Soho.
–Y a los jóvenes diseñadores europeos, ¿que problemáticas los ocupan?
–En Europa se tratan temáticas como la ecología, el agua, el desarrollo sustentable. Cosas que hoy para nosotros no son temas primordiales por tener necesidades más urgentes.
–¿Cómo definir a un profesional socialmente responsable?
–Ser profesional es una cuestión de actitud. La responsabilidad está dada ante todo por la coherencia y por ser consecuente con nuestros pensamientos en cada uno de nuestros actos. Si no nos hacemos cargo de esto, después no nos quejemos.
* Darío Papagno darpa@papagno.com.ar
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