Reforma / 10 Ene. 08
En días recientes he pensado mucho en aquel poema de José Emilio Pacheco que dice: "no amo a mi patria. Su fulgor abstracto es inasible. Pero (aunque suene mal) daría la vida por diez lugares suyos, cierta gente, puertos, bosques, desiertos, fortalezas, una ciudad desecha, gris monstruosa, varias figuras de su historia, montañas -y tres o cuatro ríos". José Emilio tiene su lista de lo mejor de México y yo la mía; esa lista que es combustible y motor, estandarte y bandera. Esa enumeración para seguir creyendo que lo difícil se hace con rapidez pero lo imposible toma un poco más de tiempo. Las razones por las cuales vale la pena no perder la fe en este país maltrecho y abandonar la lucha compartida por cambiar su faz. Y entre esos motivos, la sonrisa de Carmen Aristegui.
Esa sonrisa franca, abierta, luminosa, fresca, generosa. La sonrisa de alguien que entiende al periodismo como profesión enraizada en una posición moral. De alguien que mira a México tal como es y no puede evitar juzgarlo. De alguien abocada a construir un país donde también quepan los pobres. De alguien convencida de que la libertad existe, aunque tantos se empeñen en coartarla. Escéptica ante la autoridad, insaciable ante la información, imbuida por las ganas de empujar los límites de lo posible, comprometida con llevar la nota hasta sus últimas consecuencias, defensora del debate en todas sus formas. Empeñada en confrontar al poder con la verdad.
Y obsesionada con llamar a las cosas por su nombre. Marcial Maciel, pederasta. Mario Marín, confabulado. Arturo Montiel, corrupto. Elección del 2006, polarizante. Ley Televisa, vergonzosa. Suprema Corte, inconsistente. Palabras certeras, palabras duras, palabras incómodas. Palabras cuyo objetivo es generar un debate político genuino sobre los temas que afectan el presente y el futuro de México. Palabras necesarias en tiempos como éstos, cuando la corriente corre hacia una suave conformidad. Cuando el disenso se confunde con la subversión. Cuando las creencias de una persona pueden ser motivo de sospecha, como lo advirtió el titán del periodismo Edward R. Murrow ante el advenimiento del macartismo. Cuando desde distintas dependencias del gobierno de Felipe Calderón emanan señales preocupantes de cerrazón y censura, tan parecidas a las de los viejos tiempos. Cuando los espacios públicos se vuelven más homogéneos y por ello menos democráticos.
Lo que le ha ocurrido a Carmen Aristegui la trasciende; su futuro será una prueba para la democracia mexicana y su caso un síntoma de aquello que la aprisiona. La polarización política que aún persiste y que tanto los panistas como los lópezobradoristas se empeñan en perpetuar. Las ofrendas políticas que los medios parecen estar dispuestos a ofrecerle al Presidente y a quienes lo rodean. El servilismo de tantos que se acomodan para quedar bien con Los Pinos y sus habitantes. La falsa ingenuidad de comentaristas que niegan los vericuetos políticos de esta historia. Y los problemas estructurales que todo ello revela: un sistema político que con demasiada frecuencia sigue operando conforme a las prácticas del pasado. Ese pasado hecho presente donde la concentración del poder -político, económico, mediático- lleva a su abuso.
Porque en palabras de E.B. White: "cuando hay muchos dueños, cada uno persiguiendo su propia versión de la verdad, nosotros podemos arribar a la verdad y albergarnos en su luz". Es sólo cuando hay un manojo de dueños que la verdad se vuelve elusiva y la luz palidece, como está ocurriendo hoy y como el caso de Carmen Aristegui ha evidenciado. La concentración mediática en México le da demasiado poder a quienes lo ejercen de mala manera. A la alianza Prisa-Televisa que sacrifica -con criterios poco claros- a una conductora garante del éxito comercial. A los directivos de la W que desmantelan -sin la menor lógica empresarial- a la estación en su momento de mayor éxito. A todos aquellos que argumentan -de forma tramposa- la "incompatibilidad editorial" con una periodista a la cual nunca le aclaran los motivos de la desavenencia. A los que dicen -de manera desinformada o deshonesta- que el despido de Carmen se trata de una decisión corporativa-apolítica, e ignoran las señales acumuladas de que no fue así.
Es un secreto a voces que Felipe Calderón ha criticado y critica a Carmen Aristegui, por lo que debe estar de plácemes ante su salida. Él y otros celebrarán el silenciamiento de la "Comandanta Carmen" y el periodismo militante del cual se le acusa. Pero se equivocarán al hacerlo. Ningún gobierno debe existir sin críticos que acoten su actuación o sin contrapesos que lo contengan. El asunto de Carmen Aristegui revela por qué la estructura de los medios en México es tan disfuncional y debe ser revisada a través de una nueva legislación. Su sacrificio debe ser acicate para la acción y motivo para la reflexión. Porque la voz de Carmen Aristegui provee un apoyo crítico al proceso de construcción democrática. El espacio de Carmen Aristegui es una válvula de escape necesaria ante las presiones sociales que arrecian. El programa de Carmen Aristegui alberga la pluralidad combativa a la cual México debe acostumbrarse. Y bueno, su sonrisa es una razón más para seguir amando a la patria.
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Etiquetas: Carmen Aristeguí, Denise Dresser, libertad de prensa, Televisa
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